Biografía de «San Marcelino Champagnat»

Marcelino José Benito Champagnat (Marlhes, 20 de mayo de 1789-Saint-Chamond, 6 de junio de 1840), conocido como San Marcelino Champagnat, fue un sacerdote francés, fundador de la Congregación de los Hermanos Maristas.

Primeros años
Marcelino José Benito fue hijo de Juan Bautista Champagnat y María Teresa Chirat. Nació el 20 de mayo de 1789 en el pueblo francés de Le Rosey, una aldea de la comuna de Marlhes, en el seno de una familia numerosa. Fue bautizado en dicha parroquia al día siguiente, en una época en que Francia sufría grandes cambios políticos y sociales a raíz de la Revolución francesa. Jamás asistió a la escuela durante su niñez debido a los malos tratos por parte de un profesor contra uno de los alumnos, por lo que fue educado por su tía monja Luisa Champagnat.​ Hasta su entrada al seminario en 1805, Marcelino trabajó como pastor.

Vida en el seminario
Durante las vacaciones de Pascua de 1804 su tía monja Luisa, proveniente de Lyon, pasó por Rosey buscando vocaciones sacerdotales, y le dijo a Marcelino: «Hijo mío, tienes que estudiar latín y hacerte sacerdote, Dios lo quiere». Marcelino, tras una conversación con su sacerdote, tuvo claro cuál iba a ser su destino. Su decisión fue irrevocable, a pesar de que su cuñado el maestro Arnaud, ante el escaso progreso de su alumno, dictaminó que no era apto para los estudios eclesiásticos.
En la fiesta de Todos los Santos de 1805 Marcelino entra en el seminario menor de Verrières (departamento de la Loire) a la edad de 16 años. Debía sentarse con los principiantes a pesar de su edad y su estatura (1,79 m) y el primer año fracasó como estudiante. El director del seminario le recomienda quedarse en casa en las vacaciones de verano. Marcelino hizo una peregrinación a pie con su madre a La Louvesc, donde está la tumba del apóstol de la región, San Francisco Régis, y consigue otra oportunidad.
En los siguientes años de seminario subió el nivel de rendimiento del joven Marcelino. En 1813 pasó al seminario mayor de Lyon, junto con Jean Claude Colin, Luis Querbes y San Juan María Vianney, futuro Santo Cura de Ars, para empezar su primer año de teología.
En el año escolar de 1815, un nuevo seminarista proveniente de Le Puy-en-Velay, Jean Claude Courveille, comunicó a algunos compañeros su proyecto de una Sociedad de religiosos Maristas, la llamada «Sociedad de María (Maristas)». Se unen a esta idea, entre otros, Marcelino Champagnat y Jean Claude Colin. Más tarde Marcelino incorporó al proyecto su idea de los Hermanos para la educación cristiana y la alfabetización de los niños de las zonas rurales.
El 22 de julio de 1816, junto con Colin, Courveille y otros 50 compañeros, Marcelino fue ordenado sacerdote a los 27 años. Al día siguiente los 12 signatarios de la promesa de constituir la Sociedad de María, capitaneados por el promotor de la idea, P. Courveille, subieron al santuario de Ntra. Sra. de Fourvière. Courveille celebró la eucaristía y los demás comulgaron de sus manos. Todos se consagraron a María y prometieron solemnemente dedicarse a establecer la Sociedad de María.

Los Hermanos Maristas
Artículo principal: Congregación de los Hermanos Maristas
El 12 de agosto de 1816 Champagnat fue nombrado vicario parroquial de La Valla-en-Gier, una localidad de unos 2.000 habitantes dispersos en múltiples y lejanas aldeas por las faldas de la cordillera del Pilat, en el Macizo Central. Inició oficialmente su apostolado el día 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María. Pronto transformó totalmente la parroquia. Entre otras actividades, predicaba, visitaba a los enfermos aun de las aldeas más alejadas, daba catequesis a los niños, implantó la práctica del mes de María, distribuía libros para extender las buenas lecturas y combatía el trabajo en domingo.
El 28 de octubre, en la alejada aldea de Les Palais, asistío en su lecho de muerte al joven de 16 años Jean Baptiste Montagne. Entonces se dio cuenta de que Jean Bautiste nunca había oído hablar de Dios. Al día siguiente regresó para hablarle sobre Él, pero descubre el joven ya había fallecido. Esto lo impulsó a poner en práctica de inmediato su proyecto de Hermanos para la educación infantil. Comenzó enseñándole a leer a un ex granadero del ejército de Napoleón, Jean Marie Granjon, de 23 años. Al poco tiempo se unió Jean Baptiste Audras, de 15 años, y el P. Marcelino los instaló en una casa alquilada y luego comprada con la ayuda del P. Courveille. Éste, vicario parroquial en Rive-de-Gier, a pocos km de La Valla, lo visitaba con frecuencia, de acuerdo con la promesa de Fourvière.
El 2 de enero de 1817 nació la congregación de los Fréres Maristes. Champagnat les dio el nombre de Hermanitos de María (Petits Fréres de Marie) o Hermanos Maristas en honor a la Stma. Virgen, en quien había depositado toda su confianza. ​En noviembre de 1818 fundó la primera escuela en su pueblo natal, Marlhes, y al año siguiente en su parroquia, La Valla. En adelante, los pedidos de nuevas fundaciones se hicieron tan perentorios que en un lapso de 22 años dejó a su muerte 43 escuelas fundadas donde se educaron unos 7000 alumnos. María bendijo igualmente su congregación con abundantes vocaciones. En el mismo lapso, Champagnat dejó 280 Hermanos, más 49 que ya habían fallecido y 92 que se habían retirado.
Decía que «para educar hay que amar», ​ lo que se convirtió en el lema de los educadores Maristas en todo el mundo.

Beatificación y canonización
Estatua de Marcelino Champagnat en la ciudad de Limache (Chile)
Murió el 6 de junio de 1840 cuando los Hermanos estaban cantando la alabanza mariana de la Salve como inicio de la jornada. Fue él quien había introducido esa práctica como escudo contra los disturbios políticos y sociales que tuvieron que soportar él y los Hermanos en la Francia convulsionada de su tiempo.
El 29 de mayo de 1955 fue beatificado por el papa Pío XII tras reconocer 3 milagros: las curaciones de un cáncer terminal de la estadounidense Sra. Grondin y de una meningitis mortal de un joven llamado Renaivo, de Madagascar, así como la expansión del instituto marista.​
El 18 de abril de 1999 el papa Juan Pablo II firma el decreto de canonización tras reconocer el 4º milagro, la curación súbita de la histoplasmosis de un Hermano Marista uruguayo. Fue canonizado ese día en una solemne Eucaristía en la plaza de San Pedro (Ciudad del Vaticano), ante la presencia de miles de personas, entre ellos numerosos miembros de la Familia Marista.​


Himno Marista

Es la hermosa bandera Marista manantial cristalino de paz, luz perenne que al hombre ilumina y que ayuda a luchar contra el mal.

Es nuestra arma invencible la ciencia nuestro escudo de Dios moral, nuestro anhelo servir a la patria la conquista del bien nuestro ideal.

Es las lides que el mundo nos brinde a su sombra sabremos triunfar; nuestra aliada será victoria.

Feudo nuestro la gloria será y el mástil del campo enemigo nuestra enseña veréis tremolar.


LAS TRES VIOLETAS: HUMILDAD, SENCILLEZ Y MODESTIA

Todos conocemos las tres pequeñas violetas, pero ¿qué significan estas? ¿De dónde viene este símbolo? Veamos en qué consiste este símbolo marista tan importante.
De hecho, la idea fue de Marcelino y ha formado parte de nuestra tradición marista desde los primeros días. Su propuesta era que los maristas fomentaran un tipo de discipulado cristiano fundamentado en tres actitudes espirituales básicas: la “humildad”, la “sencillez” y la “modestia”. Estas conforman la esencia de lo que significa ser Marista.
No es una novedad que eligiera la humildad como la primera de las tres. Desde los tiempos de los padres y madres del desierto, ésta ha sido siempre reconocida como la disposición más fundamental y principal para cualquiera que se tome en serio el progreso en la vida espiritual. Es reconocer a Dios como Dios. Es estar impresionados, verdaderamente dóciles, ante la inmensidad y la infinitud de Dios, la omnipotencia y el misterio insondable de Dios, la misericordia y la fidelidad inquebrantables de Dios. Es confiar en esto.
Los orgullosos no conocen a Dios – simplemente no pueden – los mojigatos, aquellos atrapados en su propio poder e importancia, aquellos ciegos y sordos, porque ellos mismos, no se permiten ver y escuchar. Las metáforas de la trayectoria espiritual a menudo usan términos como sed, hambre, anhelo, sequedad; es a Dios a quien buscan, pero lo más importante, saben que necesitan buscar. Bienaventurados los pobres de espíritu, es la primera línea de Jesús en Mateo 5, porque de ellos es el Reino de Dios.
La sencillez era más novedosa como actitud espiritual. San Francisco de Sales, una de las fuentes esenciales del desarrollo de la espiritualidad de Marcelino, fue alguien que enfatizó esto. Es ser uno mismo ante Dios: abierto, genuino, confiado, vulnerable. Esto no es esconder algo, fingir algo, enmascarar algo. Esto es no engañarse a uno mismo o presumir de engañar a Dios.
Es tener una relación ordenada con Dios, algo directo y transparente como cualquier relación genuinamente amorosa, una sin mucha exaltación, accesorios o pruebas. Sin secretos, sin juegos, sin agenda oculta. Es usar el lenguaje y los símbolos accesibles, incluso afectivos e íntimos. Algunos dirían que la sencillez es el rasgo esencial de los Maristas. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Y la modestia. Algunas personas tropiezan con esto porque lo confunden con falta de confianza en sí mismas o con poca autoestima. Nada podría ser más opuesto. La modestia se trata de tener un autoconcepto que sea lo suficientemente seguro y maduro como para no sentir la necesidad de entrometerme o imponerme al otro, no gritarlos con mi voz, hostigarlos con mi presencia, utilizarlos para satisfacer mis emociones, o usarlos para lograr mis fines.
Es preferible poner al otro en el centro, respetuosamente, desinteresadamente y no posesivamente. Es centrarse en los demás y no en uno mismo. Donde la humildad es reconocer a Dios como Dios, la modestia significa permitir que Dios sea Dios y que actúe en nuestras vidas como Dios. Es trabajar para aprender acerca de Dios, estar alerta a la presencia y al movimiento silencioso y sutil de Dios en nuestras vidas, y dejar que nos influya, incluso que nos transforme. Bienaventurados los mansos.
Uno de los mayores errores que los maristas han cometido – incluidos entre ellos, algunos de los primeros Hermanos de Marcelino -, fue pensar que la humildad, la sencillez y la modestia tenían algo que ver con comportamientos que reducían o disminuían la completa expresión humana de lo que cada uno de nosotros es como persona. Para nada.
Estos no son guías de comportamiento, sino más bien, actitudes espirituales. Y claro que si los alimentamos en nuestra vida de fe – en la forma en que nos acercamos a Dios -, es probable que se reflejen en nuestra pastoral. Es decir, nos acercaremos a los jóvenes y a nuestros compañeros, y a todos, del mismo modo como nos acercamos a Dios: con el respeto que proviene de la humildad, con la autenticidad que proviene de la sencillez, y con el deseo de dejarlos brillar, lo cual viene de nuestra modestia. Nos acercamos a ellos  con un delantal, un lavatorio y una toalla. Para Amar y servir.
Para que un símbolo represente todo esto, Marcelino recurrió a las pequeñas flores que crecen silvestres en esa parte de Francia. Estas flores no son de las que gritan por su color, su tamaño o su olor: “¡Mírame! ¡Mírame!” No, son pequeñas, diminutas flores de color púrpura esparcidas en los campos verdes. Pero cuando se descubren, se puede ver que tienen su propia belleza, su propia integridad y su propia declaración silenciosa de quiénes son. Y como resultado, los campos son diferentes

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